06 abril 2006

30 años en la memoria colectiva

Argentina, nuestro vecino al que siempre miramos con cierta apatía, vivió con intensidad y emoción el sábado 24 de marzo lo que ellos denominaron "el día de la memoria", con lo que se celebraron los 30 años de la instauración de la Dictadura militar que rigió este país hasta finales de los setentas y que significó la muerte y desaparición de más de 30 mil personas según las cifras oficiales.

Desde mensajes en radio (las cuales a veces escucho por Internet) y TV (la cual veo en el cable), pasando por minutos de silencio en los Estadios de fútbol argentinos, y distintas editoriales en la prensa argentina, la fecha tuvo el propósito de no pasar desapercibida.

En este tema, es inevitable hacer comparaciones con lo que ha sido nuestra propia realidad. Y odiosas comparaciones. Más allá de que se perciba que quizás por un lado, parte de la clase política argentina pueda estar usando un poco la tragedia ajena para sacar réditos políticos, o que por otro, parte de la población que en su momento hizo vista gorda a lo que ocurría, ahora se suba al carro de la memoria, el recuerdo y el “nunca más”, se percibe un tratamiento como sociedad radicalmente distinto al nuestro. Pareciera ser que el proceso social vivido después de nuestra dictadura ha sido diametralmente distinto al de nuestros vecinos.

Nosotros vivimos una dictadura mucho más larga que la Argentina, y donde se produjeron, según han ido aclarando las investigaciones judiciales, violaciones, muertes y desaparecidos que debiese tenernos con los pelos de punta. Sin embargo, nuestro proceso de cambio post dictadura, liderado por la política de los consensos y la democracia de los acuerdos, se limitó a enterrar todo vestigio del pasado.

Gobiernos de la Concertación tímidos a la hora de hacer frente a los juicios sobre violaciones a los derechos humanos, una prensa parcial manejada por grupos de poder (salvo escasas excepciones) interesada en minimizar los hechos, y una sociedad que prefiere esconder debajo de la alfombra todo tipo de problemas.

Es por ello que siento admiración y hasta cierto punto una sana envidia, al ver que en otros países que compartieron realidades similares en el pasado (no tan pasado), son capaces de levantar la mirada y buscar la reconstrucción de su sociedad a través de la verdad y justicia, palabras que han sido tan difíciles de conjugar en nuestro caso. Acá, en cambio, prima la hipocresía de la “reconciliación” y de mirar al futuro olvidando el pasado.